A causa de la lluvia, como en tantas otras ocasiones, hubo de suspenderse la procesión del año 1945. Según inveterada costumbre, ello suponía que la cantidad ahorrada por la Hermandad con este motivo debería invertirse en la construcción de un nuevo paso, en esta ocasión, la creencia popular no se vería defraudada: aparte de que el estado de los fondos era próspero y el número de hermanos iba en aumento, se contaba con el legado dejado por un hermano, consistente en 9.000 pesetas, generosamente aportadas con esa finalidad.
La Junta optó en esta ocasión por tratar directamente con los artistas.
Para La Flagelación -ya que también se acordó encargar El «Ecce Homo»-, don Jacinto Higueras presentó un proyecto, que es el que se realizó, comprometiéndose a efectuarlo por 25.000 pesetas, el boceto agradó y se aceptaron las condiciones económicas.
Ultimado el contrato, se recibieron numerosos donativos, entre los que destaca el ofrecimiento que hizo un industrial navarro para transportar el paso desde Madrid a Pamplona, que en aquellos tiempos de pocos y malos camiones, carreteras primitivas y gasolina racionada fue merecedor de la sincera gratitud de la Hermandad.
Este simulacro ha sufrido -con razón, a mi modo de ver- las críticas desfavorables de escritores y periodistas, en su momento y posteriormente. En efecto, puede que sea el paso más flojo de nuestra procesión.
Cuenta García Merino que el grupo se expuso junto con El «Ecce Homo» de Benlliure, realizado simultáneamente, si bien las críticas fueron muy distintas para uno y para otro. Lo curioso del caso es que el autor, mezclado entre el público, tuvo la paciencia y presencia de ánimo de escuchar en silencio las censuras y comentarios desfavorables. Don Jacinto, hombre de modestia suficiente para reconocer sus propios defectos, estoicamente -deportivamente que diríamos ahora- y sin llevarlo a mal, solicitó de la Junta que le permitiesen llevarse al taller la figura de Cristo, «a fin de reformar su estructura y hacer que cambie la impresión, un tanto desfavorable, que ha recogido personalmente, entendiendo que no ha satisfecho a la opinión general».
Hay que decir que la opinión general tampoco quedó conforme después de esta reforma del autor. Ángel Mª. Pascual, escritor de fina sensibilidad y enamorado de Pamplona, escribió en sus Glosas a la Ciudad el día 27 de marzo de 1947: «Yo temo que el paso de Los Azotes siga pareciendo, a pesar de las andas nuevas, la obra de un aprendiz inexperto, por muchas fórmulas de arte con que procuremos cubrir sus morcillerías. ¡Y seguiremos recordando el antiguo paso, de menos pretensiones, raquítico por las ropillas de sus esbirros, humilde con sus bolas de vidrio blanco en los ángulos, pero mucho más expresivo y devoto!».
El viejo grupo, convencional y arcaico, pertenecía a los fabricados en serie. Manuel Iribarren nos dejó una descripción literaria del mismo: «Atado a una columna de jade, Jesús doliente ofrecía sus amoratadas espaldas al furor de dos soldados romanos con cascos de latón. Sorprendía la cara barbilampiña del más joven. El paso conducíase a hombros, imprimiendo a las figuras un movimiento rítmico muy efectista».
En 1888 se colocaron en el paso antiguo, como novedad, «los dos verdugos o sayones en actitud de azotar al Señor atado a la columna».
En la procesión de 1553 figuraba ya un paso de «El Santo Cristo de la Columna», antecedente de nuestro grupo de La Flagelación. En 1700 se sacaban dos pasos de este motivo de la Pasión, entonces llamados de «La Columna», uno de ellos pertenecía a la antigua Cofradía de la Vera-Cruz y se guardaba en el desaparecido convento de San Francisco, salía en la procesión de Jueves Santo, suprimida en 1775, el otro simulacro, perteneciente a la Cofradía de La Soledad, era sacado en la de Viernes Santo, saliendo del convento de la Merced.
Entre los efectos inventariados en la iglesia de San Agustín -antiguamente del convento de Agustinos- cuando fue cerrada al culto por los franceses, en 1809, se anotó «Otro Santísimo Christo de la Coluna, con cortinas entre blancas y encarnadas de tafetán». No sé si esta efigie saldría en la procesión o si únicamente se exponía a la devoción dentro de la iglesia.
En 1834 rescató la antigua Hermandad de La Oración del Huerto -refundida más tarde en la de La Pasión- el antiguo paso del Cristo atado a la Columna, que hacía años no se sacaba, y de cuya hermandad era don Juan Vidaurre el único superviviente. Era prior de La Oración del Huerto aquel año don Antonio Iráizoz.
Iribarren comenta desfavorablemente el paso actual que sustituyó el antiguo en 1945: «Consta de tres tallas un tanto microcéfalas, de formas redondas y piernas y brazos tubulares. La cabeza de Jesús, pequeña y chata, sugiere la duda de si al imaginero no le habría faltado madera. Se ha querido elogiar la serenidad divina del flagelado, pero más que serena, su actitud resulta indiferente a los dolores físicos de la flagelación, como si Jesús se hubiese desprendido de su naturaleza humana, lo que implica herejía».
Así pues, ya puede quedarse satisfecho Higueras de que nos conformemos con juzgar negativamente su obra, sí llega a haber Inquisición todavía, a lo mejor se hubiese visto encerrado en un calabozo secreto, o, lo que es peor, en la hoguera.
Ángel Mª. Pascual, menos fulminante, se limita a decir que «aquea imagen tan hermosa y dolorida de Cristo atado en la columna, con las espaldas en carne viva, es insustituible en la Procesión del Santo Entierro». En su opinión, habría bastado con sustituir las figuras de los sayones por otras de buena mano, para haber hecho del viejo paso -hoy en la parroquia de Mélida- un grupo escultórico que no desmereciera de los demás.